Hace medio siglo, Brad y Janet llamaron inocentemente a la puerta de una mansión… y el mundo jamás volvió a ser el mismo. Aquella noche lluviosa de 1975, el público entró con ellos a un universo donde el terror, el glam, la libertad y la locura se mezclaron para siempre: nacía el mito de The Rocky Horror Picture Show.
Porque, seamos honestos: todos tenemos un poco de Brad y un poco de Janet. Pero después de ver a Frank-N-Furter descender por las escaleras con su corsé brillante y su sonrisa desafiante, nadie volvió a salir igual. Lo que parecía una simple cinta de serie B se convirtió en un grito colectivo de identidad, rebeldía y diversión sin etiquetas.
De los escenarios al fenómeno mundial
Antes de conquistar el cine, The Rocky Horror Show fue un musical que incendió los teatros londinenses. Creado por Jim Sharman y Richard O’Brien —quien además interpretó a Riff Raff—, el espectáculo se estrenó en 1973 y rápidamente se transformó en un refugio para los “freaks”, los “queers” y los inconformes que buscaban un lugar donde simplemente ser.
Con Tim Curry, Patricia Quinn y Nell Campbell en el elenco original, la obra mezcló el espíritu del glam rock con la teatralidad más desbordante, abriendo la puerta a una comunidad que celebraba lo diferente con purpurina, medias de red y mucho rock and roll.
Un legado eterno
Cincuenta años después, The Rocky Horror Picture Show sigue siendo más que una película: es un ritual, una fiesta y una declaración de libertad. En cada función, cuando suena “Time Warp”, los fans —de todas las edades y generaciones— se levantan, bailan y cantan como si el tiempo nunca hubiera pasado.
Porque si algo nos enseñó Frank-N-Furter fue esto:
✨ “Don’t dream it, be it.” ✨