Hace un año, Wicked aterrizaba en los cines envuelta en dudas, expectativas y un aluvión de miradas escépticas. Tenía a su favor dos décadas brillando en Broadway, pero también el desafío de trasladar un musical gigantesco —y nunca visto en países como España— a la pantalla grande.
Además, el combo de Ariana Grande, Cynthia Erivo y Jonathan Bailey generaba casi tanto entusiasmo como recelo. ¿Estrella pop? ¿Actriz poco conocida? ¿Galán televisivo? El cóctel podía salir glorioso… o gloriosamente mal.
Pero la historia se escribió sola: Wicked voló más alto que Defying Gravity.
Críticos, público y temporada de premios terminaron rendidos ante la visión de Jon M. Chu. Las nominaciones al Oscar para Grande y Erivo fueron la guinda de una película que, contra todo pronóstico, se ganó un lugar entre las favoritas del año.
Ahora llega Wicked: Parte II, la conclusión filmada al mismo tiempo que su antecesora, y lo hace dispuesta a subir la apuesta. La secuela deja atrás la vibra universitaria de la primera parte para soltarse la melena: es más adulta, más oscura, más trepidante y, sobre todo, la pieza que finalmente encaja con los acontecimientos de El Mago de Oz.
Chu no solo completa la historia, la expande. El final del musical original —rápido y comprimido— aquí se convierte en un cierre cinematográfico con más aire, más emoción y más peso dramático. Es el momento en el que Elphaba y Glinda dejan de ser solo amigas o rivales para convertirse en leyenda.
Con esta segunda parte, Wicked termina su vuelo en pantalla grande con la misma fuerza con la que despegó en 2024. Y sí: el público ya empieza a tararear nuevamente “something has changed within me…”.