Con una voz que estremecía teatros y una pasión que se sentía en cada aria, Gilda Cruz-Romo (1940–2025) se despidió del mundo este lunes 30 de junio a los 85 años. Pero su legado sigue resonando como un do de pecho eterno en los grandes escenarios que conquistó.
Desde Guadalajara al corazón de la ópera mundial, Cruz-Romo fue una verdadera estrella lírica. Su debut en la Metropolitan Opera House de Nueva York como Cio-Cio-San en Madama Butterfly marcó el inicio de una carrera brillante.
Y no se detuvo ahí: pisó el Covent Garden de Londres, deslumbró en La Scala de Milán y dejó sin aliento a los amantes de Verdi, al interpretar once de sus heroínas más emblemáticas. ¿Aida? ¡La hizo suya! ¿Desdemona? Pura emoción. ¿Luisa Miller al lado de Pavarotti? Un hito inolvidable para la televisión europea.
Durante más de una década fue una reina indiscutible en la Met, cantando junto a titanes como Plácido Domingo y Sherrill Milnes. Pero a pesar de sus logros internacionales, nunca olvidó su tierra: regresaba a México para engalanar las temporadas de Bellas Artes y demostrar que el talento tapatío podía mover montañas (y ovaciones).
Formada con disciplina, con sus inicios en el coro del Ballet Folklórico de Amalia Hernández, Gilda sabía que el éxito no era solo talento, sino trabajo duro. Lo dijo sin rodeos en una entrevista con The New York Times: “Tienes que trabajar duro, olvidarte de tu bella cara”.
Ya retirada en San Antonio, Texas, vivió sus últimos años en tranquilidad, lejos de los reflectores, pero con una historia que sigue cantando en la memoria de la ópera.
Gilda Cruz-Romo no solo fue una voz. Fue una fuerza. Un emblema. Una inspiración. Y aunque su telón se ha cerrado, el eco de sus interpretaciones seguirá llenando teatros… y corazones.
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