Recibir un diagnóstico de psoriasis no es solo enfrentarse a placas rojas o escamas molestas: también significa navegar un torbellino emocional que muchas veces pesa más que los síntomas físicos.
Así lo explica el consejero psicológico Héctor Pérez López, quien recuerda que detrás de cada brote suele haber una mezcla de tristeza, vergüenza, frustración y hasta miedo al rechazo… emociones completamente normales, pero que merecen atención.
La psoriasis es una condición crónica que aparece en zonas visibles como codos, rodillas, manos o cuero cabelludo. Y sí, puede ser incómoda, dolorosa y desafiante. Pero lo que casi nunca se dice es que la forma en que la vivimos emocionalmente influye muchísimo en cómo se manifiesta.
Un día malo, estrés acumulado o ansiedad pueden convertirse en el detonante perfecto para un brote.
Aceptar lo que se siente también es parte del tratamiento
Pérez López lo resume claro: reconocer las emociones es el primer paso para no dejar que controlen tu vida. “Negarlas solo aumenta el malestar”, afirma. Y tiene razón: cuando se entiende qué provoca el estrés, qué desencadena un brote o qué ayuda a calmarlo, la experiencia cambia.
Conocer la propia condición —y no temerle— puede ser una forma poderosa de autocuidado. Informarse, identificar detonantes y mantener hábitos saludables ayudan a desactivar ese pensamiento anticipatorio que tantas veces nos juega en contra.
Una mente equilibrada, un aliado inesperado
No, una actitud positiva no cura la psoriasis, pero sí transforma la forma de llevarla. Y eso importa. El estrés puede empeorar síntomas, mientras que mantener equilibrio emocional ayuda a disminuir su impacto y a enfrentar cada episodio con más fortaleza.
Vida con psoriasis: retadora, sí… pero totalmente manejable
Aunque no exista una cura definitiva, hoy los tratamientos permiten periodos de remisión prolongados. La clave está en la constancia: seguir las indicaciones médicas, cuidar la piel y mantenerse atento a la salud emocional.
Porque al final, vivir con psoriasis no significa vivir limitada o con miedo. Significa conocer tu piel, escucharla y darte permiso de sentir. La experiencia puede ser complicada, pero también puede convertirse en una historia de resiliencia y autocuidado.
Una piel que habla es una piel que pide compañía, no juicio. Y ahí empieza todo.
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