Hoy en día parece que todos tenemos una definición distinta de lo que significa enamorarse.
En redes abundan frases bonitas y un poquito narcisistas: “Me enamoro cuando alguien me ve como nunca me había visto”, “El amor es sentirme comprendido”, “Amar es que acepten mis multas de tránsito sin pagar”. 💌
Claro que hay ternura en esas respuestas, pero también reflejan algo de la cultura actual: mucho de “yo” y poco del “tú”. Y es que vivimos en la era del yo primero, donde todo gira en torno a la autoimagen, la autoayuda y el autoposteo en Instagram. 📱✨
En otras épocas, el amor se entendía más como abnegación que como complacencia. Era ese vértigo de pensar primero en la otra persona, de “perder el control” y dejar que el corazón se volviera un imán que todo lo atrae. Como escribió Stendhal, el amor es como cristalizar a alguien, verlo cubierto de destellos que solo tú percibes.
El amor verdadero —ese que Erich Fromm definió como un arte— no es solo emoción, sino práctica diaria: cuidar, respetar, conocer y servir. A veces es tan simple como levantarse a las 2 de la mañana para traer un vaso de agua (aunque no siempre lo hagamos con gusto 😅).
La paradoja es clara: cuando más nos obsesionamos con “yo, yo, yo”, más difícil se vuelve amar. El amor auténtico no es un espejo que nos devuelve lo bien que nos vemos, sino un regalo que damos sin esperar recibo. Y lo curioso es que, cuando damos, terminamos recibiendo más de lo que pensábamos.
Quizá por eso, en medio de tantos coaches de vida y libros de “quiérete más”, la gran lección sea la más sencilla: el amor no se busca en uno mismo, sino en lo que ofrecemos al otro. Y ahí está el verdadero poder. 💞